El
pasado miércoles asistimos a un suceso lamentable a las puertas del
colegio público Santo Negro de Elda. Un hombre asesinó a tiros a su
expareja delante del hijo de ambos de 3 años, que salía en ese
momento a la hora de la recogida del alumnado tras las actividades
escolares. El hecho trascendió inmediatamente los límites de
nuestra comarca y se convirtió en una noticia ampliamente difundida
que evidenció las limitaciones de un sistema incapaz en este caso de
proteger a una mujer a pesar de las denuncias y de las órdenes de
alejamiento.
El
propio lugar de este asesinato revela en sí una mayor aberración.
La escuela, que debería ser frente de lucha contra estos hechos y
las situaciones que conducen a ellos, se convirtió en trágico
escenario con padres, madres, niños y niñas como testigos de algo
que jamás debió ocurrir. Lo que habría de ser un santuario físico
e ideológico ante esta y otras formas de violencia, se transformó
en un espacio que quedará unido a un recuerdo imborrable para
quienes en ese momento se encontraban allí.
Al
día siguiente, en las conversaciones de clase se ponía de
manifiesto la indignación del alumnado de mi centro. Cómo puede
ocurrir esto. Imagínate que pasa aquí en la puerta... En el
patio, un minuto de silencio, respetado incluso por quienes parecen
incapaces de aguantar tanto tiempo callado en el aula, expresó al
mismo tiempo la rabia y la solidaridad de todo el instituto con las
víctimas de este y de tantos atentados, con las víctimas de una
lacra cuyo fin pasa también por el tipo de educación igualitaria
que hemos de impulsar desde lo que jamás ha de volver a ser
escenario de crimen sino de esperanza.
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